Elecciones en Pakistán bajo estrecha vigilancia militar.

El 8 de febrero, Pakistán (247 millones de habitantes) celebrará elecciones generales en un contexto de polarización e inestabilidad política, un incremento repentino de la violencia insurgente, y una economía en graves dificultades. El New York Times avisaba este domingo que las interferencias de la cúpula militar son de tal calibre que convierten los comicios de este jueves en los menos creíbles de la historia del país.

El “establishment” ha dominado la política pakistaní de forma directa (dictaduras) o indirecta desde 1947: “establishment” es el eufemismo que se utiliza en la sociedad y en la prensa local para criticar a la cúpula militar y a las agencias de seguridad.  Los militares han tolerado gobiernos civiles siempre que estos respetasen las políticas reservadas a los militares: de personal y de promoción en la carrera militar, la seguridad nacional y la defensa, y áreas clave de la política exterior: las relaciones con India, China, Afganistán o los EE.UU.

Con estos condicionantes, su sistema político se ha situado a mitad de camino entre una democracia y un régimen autoritario, en la categoría de regímenes híbridos. Las Fuerzas Armadas de Pakistán, una potencia nuclear, son el sexto ejército más grande del mundo y manejan un presupuesto de defensa que alcanzaba en 2022 el 18% del gasto público (dato de SIPRI), muy por encima de las dotaciones dedicadas a educación o a sanidad. De hecho, el 40% de su población vive en la pobreza, y el país se encuentra en la cola en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU – posición 161 de 192.

El favorito de los militares es Nawaz Sharif (74 años), líder de la Liga Musulmana de Pakistán (partido que obtuvo 83 diputados en las últimas elecciones de 2018). Sharif ha sido Primer Ministro de 1990 a 1993, de nuevo de 1997 a 1999, y de 2013 a 2017, aunque en ninguna ocasión consiguió finalizar su mandato – ninguno de los 22 Primer Ministros paquistaníes ha conseguido terminar su mandato.  En su dilatada trayectoria política, que inició en Punjab bajo la protección del general Zia ul-Haq, este político pragmático ha gozado y perdido en varias ocasiones el favor de los militares, la última vez en 2017. En 2019, se exilió en Londres, con el beneplácito de los militares, para huir de la justicia que le perseguía por corrupción.

Fuente: NDTV. Nawaz Sharif, Imran Khan y Bilawal Bhutto, de izquierda a derecha.

La cúpula militar rescató a Sharif del ostracismo para cortocircuitar a Imran Khan (71 años), ex Primer Ministro (2018 a 2022) e inmensamente popular, especialmente en las ciudades y entre los jóvenes. Imran Khan, una estrella del criquet paquistaní, ganó las elecciones en 2018 a la cabeza de su partido Pakistán Tehreek-e-Insaf (PTI), que obtuvo una mayoría de 149 diputados, y se convirtió en PM con el apoyo del Jefe de las Fuerzas Armadas, General Bajwa. Durante su mandato, antagonizó a los militares con sus decisiones independientes en política exterior y su intento de intervenir en los nombramientos de altos mandos.

Imran Khan tuvo que abandonar el poder en abril de 2022 cuando la Liga Musulmana de Pakistán y el Partido Popular de Pakistán (PPP), el otro gran partido pakistaní que es una extensión de la familia política Bhutto, unieron sus fuerzas para negarle la confianza en la Asamblea Nacional. Imran Khan se ha convertido en la bestia negra de los militares, acusándoles reiteradamente de orquestar, con el apoyo de Estados Unidos, un complot para acabar con su gobierno y con su vida. Cuando fue detenido en mayo de 2023, una oleada de indignación y disturbios recorrió Pakistán. Los manifestantes incluso asaltaron instalaciones militares, algo nunca visto en el país. Este fue un punto de inflexión que puso en guardia a los militares que en octubre hicieron regresar a Sharif.

Desde entonces, la persecución política de Imran Khan no ha aflojado. En agosto pasado fue condenado a tres años de cárcel por corrupción e inhabilitación para cargo público durante 5 años. Su partido, el PTI, ha intentado seguir adelante, pero también sus cuadros y militantes han sido objeto de persecución y encarcelamiento, acusados de atizar las revueltas de mayo pasado. Los jueces, sensibles al estamento militar, prohibieron al PTI utilizar el logo del partido, un bate de criquet, durante la campaña electoral y las papeletas. Los candidatos del partido concurren a las elecciones como independientes. La cuestión no es baladí en un país con un 40% de analfabetos que a la hora de votar necesitan identificar los símbolos para escoger la papeleta electoral.

Khan no se ha arrugado y ha seguido denunciando desde prisión, hace unas semanas en The Economist, que las Fuerzas Armadas no garantizan unas reglas del juego iguales uniformes. Esta semana pasada Imran Khan fue condenado a diez años por revelación de secretos oficiales y catorce años en otro caso por corrupción. A través de todas estas decisiones judiciales el establishment ha trasladado el mensaje a la sociedad de la inutilidad del voto por el partido de Imran Khan. Mientras tanto, el «paracaidista» Sharif fue absuelto en todos los casos de corrupción que tenía pendientes cuando se exilió en Londres. Esta diferencia de trato ha generado una sensación de injusticia entre los partidarios de Khan y polarizado la campaña electoral.

Los manifiestos del Pakistán Tehreek-e-Insaf de Imran Khan y de la Liga Musulmana de Sharif se centran en la economía. El país atraviesa una grave crisis económica y se enfrenta a la amenaza de la suspensión de pagos por la carga de su abultada deuda pública en relación con su PIB. En 2022 Pakistán creció a una tasa respetable del 6%, pero en 2023 la economía se contrajo un 0,5%, y la inflación se disparó hasta un 29%. El país obtuvo hace unos meses un rescate del FMI, y la situación y expectativas han mejorado algo.

Mientras la Liga Musulmana promete la vuelta del crecimiento económico y la reducción de la inflación, los candidatos del PTI se han centrado en el desarrollo económico a largo plazo y un crecimiento impulsado por las ganancias de productividad. Por su parte, Bilawal Bhutto del PPP incide en la lucha contra el cambio climático que ha causado estragos en el país en los últimos años, la transición energética, y la lucha contra la pobreza.

Una encuesta de hace un mes de Gallup Pakistán realizada en Punjab, la provincia más poblada de Pakistán, anticipaba un 32% de apoyo popular para el PTI de Khan y un 30% para la Liga Musulmana de Pakistán de Sharif, una situación de empate técnico. Desde entonces, la intensificación de la persecución contra Khan y sus partidarios probablemente haya erosionado el respaldo popular a esta alternativa.

Si Nawaz Sharif y la Liga Musulmana se imponen este jueves, muy probable al contar con el apoyo indisimulado de las Fuerzas Armadas que han arrinconado a Khan, seguramente habrá contestación social en las calles.

Un gobierno de Sharif se centrará en la economía, adoptará un paquete de medidas de austeridad para contentar al FMI y así lograr más ayuda para la economía paquistaní. Una razón del establishment para elegir a Sharif, aparte de la desesperación por anular a Khan, fue la gestión económica digna del mandatario pakistaní en sus anteriores gobiernos.

Los comicios se celebrarán en un contexto de violencia insurgente in crescendo[i], que desde hace décadas siembran el terror en el país –en 2014 escribimos sobre el atentado que dejó 132 niños muertos en una escuela de Peshawar-. Los insurgentes, el Talibán Paquistaní y separatistas de Beluchistán, amenazan con mayor virulencia el Corredor Económico China – Pakistán -, unas infraestructuras estratégicas con las que China quiere llegar por tierra al Océano Índico, como alternativa a la importación por mar del 80% del petróleo que pasa actualmente por el estrecho de Malaca, un cuello de botella que una Marina de Guerra enemiga podría cerrar en una situación de crisis. Pekín exige garantizar la seguridad del personal que trabaja en esos proyectos.

China ha ido ganando cada vez más influencia en el país: es su primer inversor (sus inversiones suman el importe combinado de los tres inversores siguientes: UE, EE.UU. y E.A.U.), primer socio comercial, principal proveedor de armamento, y principal acreedor. Pekín puede utilizar esta relación privilegiada con Pakistán, una potencia nuclear, como instrumento de presión estratégica a la India, rival regional de China, enemigo histórico de Pakistán, y socio clave de Estados Unidos en la estrategia de contención estadounidense de China.

Pakistán ha perdido el peso geopolítico que tuvo para EE.UU. durante la Guerra de Afganistán. La cooperación con Washington se encuentra restringida a causa de las sanciones estadounidenses destinadas a conseguir más cooperación paquistaní en la lucha contra el terrorismo. De hecho, una de las prioridades en política exterior del nuevo gobierno probablemente será establecer mejores relaciones con EE.UU. para equilibrar el peso de China.

@lamiradaaoriente

@joseluismase


[i] A la insurgencia talibán que sufre el país se necesita sumar la volatilidad de la situación en Oriente Medio a raíz de la Guerra de Gaza. Una de sus derivadas fue el aumento de la tensión entre Pakistán e Irán hace unas semanas cuando Pakistán atacó a insurgentes Beluchis asentados en Irán en respuesta a un ataque iraní contra un grupo del Estado Islámico en el Beluchistán paquistaní. Todo era postureo, de cara a la parroquia interna, porque ninguno de ellos estaba interesado en escalar el conflicto.

Por La mirada a Oriente

Me interesa entender qué ocurre fuera de nuestras fronteras, analizar por qué ocurre y proyectar escenarios sobre qué puede pasar. Mi formación es multidisciplinar. Tengo un Grado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la Universidad de Londres - London School of Economics and Political Science. También soy licenciado en Derecho y Master en Estudios Europeos por el Colegio de Europa. Desde 2008 pertenezco al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado y trabajo para la Administración General del Estado. Anteriormente trabajé más de ocho años en la OSCE, la Asamblea de la OTAN y varias misiones de Naciones Unidas, principalmente en los Balcanes y alguna en África.

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