Gaza, Estados Unidos y sus compromisos de ultramar.

La Guerra de Gaza, si se extiende y/o se prolonga en el tiempo, tensionará la capacidad y voluntad de Estados Unidos para cumplir con sus múltiples compromisos en la defensa de sus aliados en Europa, el Indo-Pacífico, e Israel.

Antes del 7 de octubre, el día del brutal atentado terrorista de HAMAS contra Israel, entre los aliados de Washington planeaba la perspectiva de la vuelta a la Casa Blanca en 2025 del ex presidente Donald Trump, el candidato mejor situado del partido republicano para conseguir la nominación. Durante su mandato (2016-2019), Trump ninguneó a los aliados tradicionales de Estados Unidos excepto Israel, y sembró dudas sobre el cumplimiento de sus obligaciones de defensa. Fuera de la Casa Blanca ha sido muy crítico con el presidente Biden por su apoyo decidido a Ucrania.

Los congresistas republicanos replicaban esas reservas al envío masivo de armamento a Ucrania, argumentando que vaciaba los arsenales norteamericanos y limitaba el rearme de Taiwán (y del resto de los aliados asiáticos), que eran claves para contener a China. La defensa de Ucrania era una cuestión secundaria al desafío estratégico a EE.UU. de este siglo, sobre el que demócratas y republicanos han consolidado un excepcional consenso: la contención de una China revisionista y crecida que compite con Estados Unidos por liderazgo mundial y regional en el Indo-Pacífico.

Consciente de la pérdida de peso de EE.UU. en el mundo a expensas de China, el presidente Biden revitalizó la política de alianzas con Europa y Asia. Estados Unidos necesitaba recuperar sus alianzas, uno de sus mayores activos para ejercer influencia y mantener el orden internacional salido de la II Guerra Mundial que giraba en torno a la primacía estadounidense. La agresión rusa a Ucrania fue una primera prueba de la que la administración Biden salió airosa al erigirse en líder indiscutible de Europa y Occidente en la respuesta contundente a Vladimir Putin.

En el Indo-Pacífico, los aliados asiáticos acogieron positivamente la política de mano tendida de Joe Biden. Japón, Australia, Corea del Sur, Taiwán, India, desbordados por la asimetría de poder con una China revisionista y hostil que aquellos no igualaban en PIB o gasto militar conjunto, se habían estado rearmando para equilibrar el poder del Reino del Medio. Pero necesitaban a su lado a Estados Unidos, tradicional contrapeso de ultramar (“offshore balancer”) en Asia, para equilibrar el poder de China.

La administración Biden se ha multiplicado desde su llegada en enero de 2020 para recuperar la confianza y credibilidad entre sus aliados asiáticos. Los hitos más relevantes han sido el acercamiento de la India al esfuerzo de contrapeso de China, a través del QUAD (con Japón, Australia y EE.UU.), el pacto de defensa AUKUS entre Australia, Reino Unido y EE.UU., y la recuperación de la alianza con Islas Filipinas. El presidente Biden se ha comprometido públicamente a defender Taiwán de un ataque chino poniendo en cuestión la política tradicional norteamericana de “ambigüedad estratégica”.

La guerra de Gaza añade un segundo teatro de operaciones para EE.UU. junto al de Ucrania, ajeno a la región Indo-Pacífico.  Algunas voces alertan de la ventana de oportunidad que este escenario ofrece a China para iniciar una acción militar contra Taiwán, que Pekín considera una provincia rebelde; el 13 de enero de 2024 los taiwaneses acuden a las urnas para unas elecciones presidenciales y parlamentarias que el Kuomintang ha presentado como una elección entre “Guerra o Paz”. Otras voces advierten de las limitaciones de Estados Unidos para suministrar armamento a sus aliados, aunque en este caso las necesidades de israelíes, ucranianos y taiwaneses no son exactamente coincidentes.

Si la Guerra de Gaza se prolonga en el tiempo o se extiende al resto de Oriente Medio, una posibilidad esta dependiente especialmente de la intensidad de la invasión israelí de Gaza y del daño que inflija Israel a HAMAS, la administración Biden enfrentará la difícil tesitura de sostener un envío masivo de armamento a Ucrania, mantener el despliegue militar de disuasión y defensa de Israel en el Mediterráneo (dos grupos de portaviones), y seguir liderando, coordinando y rearmando a los aliados asiáticos para contener a China en el Indo-Pacífico. Algunos en la Casa Blanca se acordarán de la tesis del “imperial overstretch” del historiador británico Paul Kennedy.

La crisis actual de gobernabilidad en casa no ayuda a la administración Biden a dar una respuesta comprehensiva a estos desafíos múltiples externos. Ante la falta de acuerdo para elevar el techo de deuda pública, el Congreso aprobó por la mínima el 30 de septiembre una prórroga presupuestaria aprobada para mantener abiertas las instituciones federales hasta el 17 de noviembre. La propuesta legislativa costó el puesto a su promotor, el presidente republicano de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy. Ahora la mayoría republicana de esa Cámara se muestra incapaz para elegir un presidente republicano. Por cierto, la ayuda militar a Ucrania quedó fuera del alcance de la prórroga presupuestaria. Mal augurio.

A medio plazo, la política interna no ofrecerá tregua porque estamos a un año de las elecciones presidenciales en las que el presidente Biden busca un segundo mandato. De las tres causas con las que la administración Biden se ha comprometido, la ucraniana es la más endeble. Hay consenso político en torno al desafío chino, el menos urgente en estos momentos. La defensa de Israel, mayor receptor de ayuda militar norteamericana de las últimas décadas, ha sido una constante en la política exterior estadounidense desde que J.F. Kennedy habló de “la relación especial” con Israel en 1962. Aunque la minoría judía representa el 2% de la población estadounidense, está sobrerrepresentada en la política estadounidense y cuenta con un poderosísimo lobby proisraelí, encabezado por el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel.

La defensa de Ucrania frente a una Rusia revisionista y agresiva es una apuesta del presidente Biden con los republicanos alineados a regañadientes desde febrero de 2022. Consciente de la resistencia republicana a enviar más armamento a Ucrania, el presidente Joe Biden ha propuesto un único paquete de ayudas para Ucrania e Israel (y Taiwán), y para el control fronterizo, por importe de 100.000 millones de dólares. El acuerdo no será sencillo con las instituciones federales con plazo de cierre, una Cámara de Representantes paralizada por una mayoría republicana incapaz de elegir presidente de la Cámara, y unas elecciones presidenciales en un año.

Europa necesita mantener vivo el compromiso norteamericano, probablemente insustituible, en la defensa de Ucrania frente a Rusia, el mayor desafío a la seguridad y estabilidad europea, por proximidad. Hasta ahora, la determinación de la administración Biden para detener la agresión rusa ha resucitado a la OTAN y facilitado el acercamiento entre Europa y Estados Unidos después del distanciamiento de la era Trump. Esperemos que la presidenta de la Comisión Europea se emplease a fondo, en su reunión reciente con Joe Biden, en mantener la atención norteamericana en el conflicto de Ucrania.

@lamiradaaoriente

Por La mirada a Oriente

Me interesa entender qué ocurre fuera de nuestras fronteras, analizar por qué ocurre y proyectar escenarios sobre qué puede pasar. Mi formación es multidisciplinar. Tengo un Grado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la Universidad de Londres - London School of Economics and Political Science. También soy licenciado en Derecho y Master en Estudios Europeos por el Colegio de Europa. Desde 2008 pertenezco al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado y trabajo para la Administración General del Estado. Anteriormente trabajé más de ocho años en la OSCE, la Asamblea de la OTAN y varias misiones de Naciones Unidas, principalmente en los Balcanes y alguna en África.

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