El contexto de la crisis diplomática entre A. Saudí e Irán.
La peor crisis diplomática en décadas entre Irán y Arabia Saudí es fruto de las presiones crecientes que ejerce un contexto regional convulso y en transformación sobre el Reino del Desierto y las amenazas in crescendo que perciben los gobernantes saudíes.
El origen de la escalada de tensión se encuentra en la ejecución de un popular clérigo chií por parte del gobierno saudí: Nimr Baqr al Nimr había cometido el espantoso crimen de criticar a la familia real y fomentar el secesionismo de Al-hasa, la provincia oriental de Arabia Saudí que concentra la comunidad chiita (entre el 10 y el 15% del país) y la riqueza petrolera. No era un disidente violento según el New York Times.
Su suerte, compartida por otros 43 reos pertenecientes a Al-qaeda y responsables de la campaña terrorista de 2003 contra la monarquía, desató protestas entre las comunidades chiíes de todo Oriente Medio, incluyendo un incendio de la Embajada saudí en Teherán por parte de radicales iraníes. La respuesta de los gobernantes de Riad fue contundente: la ruptura de relaciones diplomáticas con Irán, a la que se han sumado otros tres países árabes, Bahrein, Yibuti y Sudán.
Este choque diplomático solamente se entiende a la luz de un entorno regional cada vez más amenazante para la Casa de Saud que reina en esta monarquía absoluta. Las intervenciones norteamericanas en Oriente Medio en 2002 y 2003 y la Primavera Árabe han debilitado a las potencias sunitas de la región, Irak y Egipto, a la vez que han favorecido a la República Islámica de Irán, libre del contrapeso histórico del Irak de Saddam Hussein. Ahora cuenta con un gobierno chiita hermano en Bagdad.
El ascenso de Irán, cuna de una civilización milenaria y baluarte del Islam chiita, representa el peor de los males para Arabia Saudí, defensora del statu quo en Oriente Medio y bastión de la rama predominante del Islam, la sunita, que profesan más del 80% de los musulmanes.
Arabia Saudí se encontraba cómoda con el orden regional anterior en el que el Irán revolucionario tenía un papel destacado en el “Eje del Mal” del presidente Bush y se encontraba aislado y arrinconado por sus vecinos y la comunidad internacional por sus conexiones con el terrorismo. De hecho, el ministro de asuntos exteriores saudí, Adel al-Jubair, recuerda estos días esos vínculos para culpar a Irán del choque diplomático, una acusación que levanta cada vez más suspicacias en la comunidad internacional. No olvidemos que 15 de los 19 terroristas del 11S que causaron casi 3.000 muertos en EEUUs eran de nacionalidad saudí al igual que OBL; una poderosa fuente de financiación de DAESH se sitúa en fundaciones religiosas saudíes; y la participación de los saudíes en la guerra contra el Estado Islámico es, en el mejor de los casos, mejorable a pesar de contar con el ejército mejor equipado del mundo musulmán (representa en torno al 40% del gasto militar en la región MENA frente a Irán que no alcanza el 8% en 2015, según The Military Balance 2015).
No obstante, el califa del Estado Islámico Abu Baquer al Baghdadi ha exhortado a sus adeptos a derrocar a la monarquía saudí a la que ha acusado de connivencia con Israel. Otro frente abierto para la Casa de Saud.
El acuerdo nuclear de julio pasado entre las grandes potencias e Irán, consistente en el levantamiento de sanciones a cambio de limitaciones estrictas al programa nuclear persa, ha sido el golpe de gracia a ese statu quo. Se trata de un cambio geopolítico de primera envergadura que reintegrará Irán en la comunidad internacional y liberará las energías contenidas del país persa. El levantamiento de las sanciones impulsará la economía iraní, permitirá a Teherán acceder a cientos de millones de dólares de fondos congelados en cuentas en el extranjero y incrementará las exportaciones de petróleo (0,6 millones de bdp/d en 2016 y 1,2 millones de bdp/d en 2017 según el IMF). No hay duda que este escenario afectará el desenlace de las guerras indirectas que libran A. Saudí e Irán en Oriente Medio, en particular, en Siria. Por tanto, los saudíes observan con inquietud la modificación acelerada de la distribución del poder en Oriente Medio en beneficio de Irán.
Los saudíes extrañan otros tiempos en que su petróleo (primer productor mundial actual con alrededor de 11 millones de bdp/d) cotizaba al alza en la política exterior de Estados Unidos, garante de la seguridad del reino de los Saud en las últimas cinco décadas. La Revolución energética norteamericana gracias a la extracción hidráulica o “fracking” ha permitido a EEUUs producir casi tanto petróleo como los saudíes (y los rusos), y ha contribuido al hundimiento de los precios del crudo en el último año y medio (desde los 115$ de junio de 2014 a los 37$ actuales).
Por tanto, el Golfo ha perdido parte del valor estratégico que tuvo para EEUUs desde tiempos del presidente Carter, máxime con la política “pivot to Asia” que caracteriza la agenda exterior del gigante norteamericano en el último lustro. Si añadimos las cautelas del presidente Obama en Egipto y Siria, todo ello se traduce en una percepción saudí de desinterés estratégico de los Estados Unidos en Oriente Medio.
Las derivadas del hundimiento del precio del petróleo, que representa alrededor del 75% del PIB saudí, alcanzan el plano doméstico. La monarquía saudí capeó bien la oleada de cambio político de la Primavera Árabe gracias a la paz social que aporta su potente Estado del Bienestar; en la actualidad, atraviesa dificultades para salvar el contrato social que une a gobernantes y gobernados debido al desplome de los precios del petróleo. El déficit se ha acercado a los 100.000 millones de dólares en 2015 (15% de su PIB) y el gobierno se ha visto obligado a recurrir de nuevo a las reservas de divisas que se han reducido de 728.000 a 640.000 millones de dólares. Y el gobierno ha aprobado recortes en los generosos subsidios y prestaciones sociales.
El empeoramiento del contexto geoestratégico y el abaratamiento del crudo han coincidido con la sucesión en el trono del Rey Salman en enero de 2015. El nuevo rey ha designado un ejecutivo más conservador para alinear el clero suní en torno a la familia Saud y ha entregado el poder a dos hombres fuertes, Mohamed bin Nayef y Mohamed bin Salman (sobrino e hijo del rey). Este gobierno enfrenta el contexto internacional más adverso con una política exterior más agresiva y proactiva no exenta de riesgos para reafirmar la autoridad y determinación de la dinastía reinante dentro y fuera del país. Evidencia de este enfoque novedoso en la otrora política exterior pausada de los saudíes es la intervención militar en Yemen que se ha saldado hasta ahora en un fracaso a la hora de restablecer la autoridad del presidente yemení Abd Rabbo Mansour Hadi que continúa exiliado en la capital saudí.
La ejecución de 47 reos acusados de terrorismo y sedición forma parte del guión para salir del callejón sin salida al que el entorno regional ha llevado a las saudíes. Una encrucijada que amenaza el poder de la Casa de Saud. Constituye un aviso categórico para navegantes internos y externos. El Rey Salman no tolerará el disenso y muestra su disposición para emplear la mano dura con los terroristas yihadistas que atenten contra la monarquía y con activistas que reivindiquen los derechos de la minoría chiita o los derechos civiles, todo ello para garantizar la estabilidad del Reino del Desierto.
La crisis con Irán, al igual que la guerra en el vecino Yemen, se convierte en una oportuna cortina de humo para desviar la atención del pueblo de los problemas económicos que acechan al Reino saudí. La monarquía juega la carta nacionalista, sectaria al dar satisfacción a los sentimientos anti-iraníes y anti-chiíes de la mayoría sunita.
La aplicación de la pena capital al disidente chií Nimr Baqr al Nimr, a pesar de las advertencias norteamericanas, sirve otros propósitos externos. La celeridad con que han roto relaciones diplomáticas con Teherán sugiere el último intento saudí para abortar la reintegración de Irán a la comunidad internacional. El conflicto con Irán sustituye la distensión de los últimos meses en que sus ministros de asuntos exteriores se sentaron en la mesa de negociaciones para facilitar un acuerdo de paz para Siria. Por tanto, este escenario favorece los intereses saudíes de mantener el statu quo y ralentizar la aplicación del acuerdo nuclear.
Ciertamente la escalada de tensión no beneficia al presidente iraní Hassan Rouhani y a su gobierno que preparan el país para la fase posterior al incipiente levantamiento de las sanciones económicas internacionales. Hace unas semanas un alto cargo de la Administración Obama sugirió en el Congreso que la fecha de inicio de esa fase se podría adelantar a enero puesto que el cumplimiento iraní del acuerdo avanza a buen ritmo. Además, la Organización Internacional de la Energía Atómica ha cerrado en diciembre el dossier de la posible dimensión militar del programa nuclear iraní. Todo ello va en interés del presidente Rouhani y de las facciones moderada y reformista que esperan recoger los frutos del acuerdo nuclear en las elecciones legislativas y a la Asamblea de Expertos del próximo 16 de febrero.
Se trata, por último, de un intento a la desesperada del gobierno saudí de meter presión a los EEUUs y su política de distensión con Irán. Los saudíes ponen en un brete a los americanos al forzarlos a decantarse por su aliado tradicional en la región o el país que mejor representa su prioridad actual en Oriente Medio: la lucha contra el Estado Islámico.
@joseluismase @lamiradaaoriente
6 de enero de 2016
Estar o no en desacuerdo es lo de menos. ¿Por qué no leemos/vemos/escuchamos algo tan claro como este artículo en los medios de radio/prensa/televisión?
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Muchas gracias Frank, si te interesa te sumo al sistema de alertas sin ningún compromiso por tu parte. Solamente necesito una dirección correo electrónico que puedes enviarme por privado a lamiradaaoriente@gmail.com
Saludos, JL Masegosa
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Muchas gracias por vuestro trabajo.
Comparto el comentario de Frank Escandell
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Gracias a vosotros por vuestras palabras de ánimo !
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