Los atentados de París y la “gestión del salvajismo” del Estado Islámico

David González

La noche del pasado 13 de noviembre permanecerá grabada en la memoria de la opinión pública internacional como una sucesión de imágenes de dolor, de sinrazón y de crueldad infinita. Durante algo más de tres horas, París ha sido escenario de la cadena más mortífera de actos de violencia colectiva que se registra en Francia desde el final de la ocupación nazi en 1944. En consecuencia, algunos periódicos abrieron sus ediciones del sábado con titulares que hacían referencia a “la guerra en el centro de París”.

El presidente francés, François Hollande, también ha afirmado que su país “está en guerra” con el Estado Islámico. Mientras que entre la opinión pública europea siguen imperando a un mismo tiempo las sensaciones de impotencia y las manifestaciones de solidaridad con las víctimas, el ejército galo ha bombardeado la localidad siria de Raqqa, capital del autoproclamado “Califato” yihadista. Asimismo, Hollande ha anunciado que piensa pedir a Estados Unidos y Rusia que apoyen la creación de “una verdadera coalición” contra “la amenaza yihadista global”.

paris-attacksPor su parte, los Ejecutivos de varios Estados de la UE, entre ellos el de España, han mostrado su respaldo a Francia y han apelado a la unidad frente al Estado Islámico, lo que lleva a pensar que la tragedia de París puede haber marcado un antes y un después en la lucha contra el yihadismo internacional. Eso sí, Washington no está a favor de una intervención terrestre en Siria, y gobiernos como el español tampoco se muestran especialmente dispuestos a colaborar en los bombardeos, que según Hollande se intensificarán en los próximos días. Pero de lo que no cabe duda es que los atentados de la sala Bataclan, los restaurantes del Canal Saint-Martin y el Estadio de Saint-Denis suponen un punto de inflexión en la estrategia del Daesh.

El cambio de paradigma del Estado Islámico

Hace tan sólo diez meses, 32 personas fallecieron asesinadas en el asalto al semanario ‘Charlie Hebdo’, en el secuestro de varios rehenes en un supermercado judío y en los demás atentados que se produjeron en el área metropolitana de París. Desde entonces hasta ahora, las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia europeos han mantenido sus sistemas de alerta antiterrorista en niveles elevados, a la espera de que, tal y como ha sucedido, se produjesen más ataques. Precisamente, a principios de noviembre la Policía Nacional detuvo en Madrid a tres presuntos integrantes de una célula yihadista que podrían haber estado planeando un atentado similar a los de Francia, aunque a menor escala.

Según diversos expertos, el ataque a ‘Charlie Hebdo’ –perpetrado por dos terroristas que decían pertenecer a la rama de al-Qaeda en Yemen- ya fue un punto de inflexión en sí mismo, y evidenciaba cómo la organización fundada por el difunto Osama bin Laden y el Estado Islámico podrían dar comienzo a sendas campañas de atentados en Europa dentro de su pugna por el liderazgo del yihadismo global.

Sin embargo, la oleada de terror que ha asolado el centro de París parece ir mucho más allá de todo esto. Hasta ahora, el ‘Daesh’ había combinado la cruenta utilización de los asesinatos de rehenes como mensaje propagandístico con el empleo de tácticas militares más o menos convencionales en Siria e Irak y con los atentados efectuados por medio de terroristas suicidas.

Y ello, sin tener en cuenta atentados como el de Copenhague o el del hotel de Port el-Kantaoui de Túnez, cometidos por supuestos ‘lobos solitarios’ cuyos vínculos con el Califato se limitaban probablemente a un mero juramento formal de fidelidad al líder supremo del Estado Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi. Pero lo sucedido el viernes en París sólo puede asemejarse, por su extremado grado de brutalidad y el elevado nivel de coordinación con el que se piensa que han actuado los terroristas, con otros ataques a gran escala como fueron los de Bombay de 2008, el del centro comercial Westgate de Nairobi de 2013 y el de la universidad keniana de Garissa del pasado mes de abril.

El modelo de Bombay

Para Bruce Riedel, director del Proyecto de Inteligencia de la Brookings Institution, la cadena de atentados que sacudió Bombay entre el 26 y el 29 de noviembre de 2008 son claramente el modelo en el que se han basado los autores de los ataques del 13-N, cuyo presunto responsable intelectual, el yihadista marroquí Abdelhamid Abaaoud, se encuentra en paradero desaparecido desde principios de año.

Los ataques de Bombay, que causaron 164 víctimas mortales y 300 heridos, fueron llevados a cabo por 10 miembros de la organización paquistaní Lashkar e-Taiba (“el ejército de los puros”), relacionada con al-Qaeda. Tras desembarcar con dos lanchas neumáticas en el sur de la ciudad, se dividieron en varios grupos armados con fusiles de asalto AK-47 y cinturones explosivos y sembraron el terror en puntos neurálgicos como la estación de ferrocarril Chhatrapati Shivaji o el hotel Taj Majal. Sólo uno de ellos pudo ser detenido con vida.

Las similitudes entre las tácticas de los terroristas de Bombay y las de los siete autores materiales de la matanza de París son evidentes: grupos que actúan de forma más o menos coordinada en plena noche, con un notable grado de sincronización, y que combinan los ataques suicidas con acciones encaminadas a irrumpir en locales de tamaño considerable y atrincherarse en su interior, asesinando a decenas de rehenes.

En este sentido, algunos especialistas opinan que terroristas como los que se inmolaron en el Estadio de Saint-Denis y ametrallaron a los comensales de los restaurantes del Canal Saint-Martin tenían como misión provocar una situación de caos orientada a  facilitar la entrada del tercer grupo de yihadistas en la sala Bataclan, que habría sido por lo tanto el objetivo principal de los ataques.

Mumbai_attackPTI.JPGLas tácticas de al-Shabaab

No obstante, la organización terrorista que ha recurrido con más frecuencia a atentados diseñados siguiendo el patrón de los de Bombay ha sido al-Shabaab, activa en Somalia y en Kenia. Esta es la banda responsable de los ataques al centro comercial Westgate y al campus de Garissa, pero también de otros 224 asaltos armados y secuestros de rehenes en los que han perdido la vida más de 500 personas desde 2012. Hasta esa fecha, al-Shabaab sólo había cometido atentados por medio de suicidas armados con cinturones explosivos.

El asalto al centro comercial Westgate se prolongó durante tres días y en el fallecieron 67 personas. El número real de atacantes –en las grabaciones de seguridad se identificó únicamente a cuatro- continúa siendo objeto de discusión, si bien se ha podido constatar que algunos eran somalíes que hablaban también inglés y que, tal y como ocurrió también en la universidad de Garissa, separaron a los rehenes que no eran musulmanes de los que sí lo eran para después dispararles a sangre fría.

Algunas informaciones periodísticas publicadas meses después del atentado apuntaban a que los fusiles semiautomáticos fueron introducidos en el centro comercial con ayuda de cómplices unos días antes, y a que los yihadistas que efectuaron el asalto habían sido cuidadosamente seleccionados a través de una ronda de votaciones para formar “un grupo multinacional”. Pero lo más llamativo es que antes de empezar a disparar todos ellos realizaron varias llamadas por teléfono móvil, lo que refuerza la idea de coordinación con una supuesta instancia superior que se pudo apreciar en el caso de Bombay y que también se piensa que ha constituido el trasfondo de los atentados de París.

“Regiones de salvajismo”

La apuesta de al-Shabaab por los asaltos armados coincide con el replanteamiento de las tácticas de al-Qaeda, incapaz de volver a realizar atentados con una magnitud como los del 11-S tras los reveses sufridos en Irak y Afganistán. También coincide con la crisis intestina que se produjo en la organización y sus filiales tras la muerte de Osama bin Laden, y que culminó con la proclamación del Califato de al-Baghdadi. Ahora, la decisión de trasladar a territorio europeo el modelo de atentados que se ha usado a gran escala en el Este de África parece indicar que el Estado Islámico está decidido a llevar al último extremo los postulados de lo que los propios ideólogos de al-Qaeda denominaron en su día “estrategia de gestión del salvajismo”.

Este es el título de un controvertido manual publicado por primera vez en soporte online en 2004 por Abu Bakr Naji, una enigmática figura que según el think tank saudí al-Arabiya fue uno de los mayores teóricos de la doctrina terrorista de al-Qaeda y que habría muerto en un bombardeo estadounidense en Pakistán en 2008.  Los postulados de Naji se basan en aplicar al yihadismo la teoría clásica de las tres fases de la guerra de guerrillas de Mao Zedong.

En la primera fase, los yihadistas buscan crear o explotar “regiones de salvajismo” por medio de acciones violentas que terminen por colapsar la autoridad de los Estados “gracias al daño y al agotamiento”. La segunda fase implica establecer formas primitivas de gobierno para gestionar estas “regiones de salvajismo”, que a juicio de Naji serán aceptadas por la población una vez haya sido lo suficientemente asustada como para que esté dispuesta a renunciar a sus derechos a cambio de seguridad. La tercera fase es la transición de la “administración del salvajismo” en varias regiones hacia un Estado Islámico dotado de todas las infraestructuras de gobierno y regido por la sharia.

Estas tres fases pueden superponerse en un mismo momento; así, al-Shabaab habría llegado a encontrarse en un punto intermedio entre la primera y la segunda fase. Sin embargo, el Daesh parece haber acelerado todo el proceso descrito sobre el papel por el estratega de al-Qaeda, haciendo especial hincapié en la intensificación de la violencia en todas sus formas como mecanismo de legitimación de las infraestructuras de su protoestado. De hecho, las alusiones a la violencia como instrumento propagandístico son continuas en la publicación oficial del Califato, la revista ‘Dabiq’. Según Naji, para que sea efectiva la violencia debe llevarse a niveles extremos, hasta hacer que las dos partes involucradas en el conflicto sean conscientes de que están “al borde de la autodestrucción”.

El fanatismo que impregna la doctrina yihadista de gestión del salvajismo parece haberse combinado sobre el terreno con las tácticas recogidas en otro polémico libro, el “Curso práctico de la guerra de guerrillas” de Abdel Aziz al-Muqrin, que lideró la rama de al-Qaeda en Arabia Saudí hasta su muerte en un enfrentamiento callejero con la policía en 2004. En este texto, al-Muqrin hace hincapié en las potencialidades que tiene la guerrilla urbana, bien por medio de terroristas suicidas como los que se han inmolado recientemente en Beirut, o bien por medio de “grupos operativos” como los que han cometido las matanzas de Bombay, Kenia y París.

La guerrilla urbana también es algo atractivo para Naji, que recomienda a los yihadistas “leer todo lo que pueda sobre este tema”. Con todo, el gran pilar de la gestión del salvajismo es el principio de “hacer que los enemigos paguen por lo que nos han hecho”. Esta perversa argumentación es exactamente la que se ha venido utilizando para justificar todos los atentados: no en vano, los ataques de París tuvieron lugar horas después de la muerte como consecuencia de un bombardeo selectivo de John el Yihadista, presunto responsable del asesinato de varios rehenes en Siria. Además, el Estado Islámico ha alegado que los atentados habían sido cometidos en respuesta a las acciones de Francia en Oriente Medio.

Ahora bien, la “gestión del salvajismo” puede ser aplicada en contextos muy distintos. En el caso de al-Qaeda y al-Shabaab la evolución hacia ataques más letales y complejos se puede entender como una especie de huída hacia adelante con la que tratar de solventar sus serias crisis internas y su pérdida paulatina de poder en las áreas en las que operan. En el del Daesh, atentados como los de París serían más bien una maniobra salvaje para poner fin a la situación de estancamiento que estaría afrontando el Califato, cada vez más dañado por las derrotas ante las milicias kurdas y el ejército de Bashar al-Assad, así como por las intervenciones de Rusia y de la coalición internacional.

El otro gran objetivo de la estrategia de “gestión del salvajismo” es el reclutamiento de muyaidines e incitar a los “lobos solitarios” a la acción. Francia, con una comunidad de cerca de cinco millones de musulmanes afectada por serios problemas sociales, que se ha convertido en uno de los grandes destinos de los refugiados procedentes de Oriente Medio y el Norte de África, y de la que se estima que más de 1.400 yihadistas han partido hacia Siria e Irak desde 2014, se ha convertido por desgracia en el mejor teatro de operaciones para poner en práctica la “gestión del salvajismo” en Europa.

La activa postura que el país mantiene en Oriente Medio, derivada de su propia condición de potencia internacional, le proporciona al Daesh la excusa perfecta para desarrollar el argumento de “hacer que los enemigos paguen”. Para ello cuenta además con yihadistas retornados como los que cometieron la masacre del pasado viernes, y que constituyen una de las mayores amenazas que debe afrontar Europa en su conjunto. Resulta difícil pensar que, como señalan algunos analistas, el Estado Islámico vaya a realizar atentados con armas de destrucción masiva, al menos por el momento. Pero es muy posible que, como ha indicado el ministro francés del Interior, Manuel Valls, los atentados de los “grupos operativos” de guerrilla urbana del Estado Islámico realicen de nuevo ataques de gran envergadura a corto y medio plazo en París o en otra gran capital europea. Frustrar la estrategia de “gestión del salvajismo” de los terroristas requiere más que nunca de medidas conjuntas y de planteamientos comunes que eviten que el Daesh traiga su guerra al corazón de la UE.

David González es administrador civil del Estado e investigador en Relaciones Internacionales y seguridad.

 

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