Rusia, invadiendo Ucrania, ha planteado un desafío mayúsculo a la seguridad y estabilidad de Europa y del orden internacional liberal, y ha desencadenado una oleada de cambios en la arquitectura de seguridad europea, cuyo alcance todavía está por calibrar. Una derivada de esta Europa en transformación es el cambio que Finlandia y Suecia están planteándose en sus políticas de defensa y la probable, inminente solicitud de ingreso en la OTAN, que pudiera debatirse en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Alianza Atlántica en Madrid los días 29 y 30 de junio.
Releyendo hace unos días mi tesina de master de 1997 sobre seguridad regional en el norte de Europa caí en la cuenta de una circunstancia al menos curiosa y reveladora de la Europa en cambio de nuestros días. Mientras que el ministro noruego Thorvald Stoltenberg se dedicó a principios de la década de los 90 del siglo pasado, a promover mecanismos de cooperación intergubernamental de los países nórdicos con Rusia en el mar de Barents y en el Mar Báltico, su hijo Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN en la actualidad, lidera el frente occidental junto con el presidente norteamericano y otros líderes europeos, que respalda a Ucrania frente a Rusia en una guerra iniciada por el presidente Vladimir Putin.
Los Stoltenberg, laboristas, han sido actores muy relevantes en la política noruega y de seguridad europea en las últimas décadas: el padre fue dos veces ministro de asuntos exteriores (1987-9 y 1990-3) y el hijo dos veces primer ministro (2000-1 y 2005-13); el padre buscó el acercamiento con Rusia en el norte de Europa en tiempos del presidente ruso Boris Yeltsin; al hijo, desde su llegada a la Secretaría General de la OTAN en 2014, le ha tocado lidiar con una Rusia revisionista y expansionista que ya enseñó la patita con la anexión de Crimea, y bajo su mandato podría producirse la adhesión de Finlandia y Suecia a la Alianza en pocos meses.
La tesina, publicada por la Universidad de Umeå (Suecia), comenzaba explicando la “iniciativa Stoltenberg” que dio lugar con la Declaración de Kirkenes de 1993 a la creación de la “Barents Euro-Arctic Region”, un foro regional que Noruega, Suecia y Finlandia acordaron con Rusia en 1993 para estabilizar las relaciones en el Norte de Europa, una de las regiones más militarizadas de todo el mundo durante la Guerra Fría.

El Consejo de la Región Euro-ártica de Barents era un proyecto ambicioso de cooperación intergubernamental, encaminado a resolver los graves problemas medioambientales de la región de Barents, una de las más contaminadas del planeta por la concentración de reactores nucleares civiles y militares en la península de Kola de Rusia, y los ensayos nucleares de Rusia en el archipiélago de Novaya Zemlya; y por otra parte, la disparidad económica entre las regiones rusas y las de los países nórdicas. Mediante la cooperación se pretendía construir una identidad regional resolviendo los problemas medioambientales y económicos, y normalizar las relaciones entre vecinos.
Por su parte su hijo Jens Stoltenberg enfrenta el desafío de mayor envergadura a la seguridad y estabilidad europea desde el final de la Guerra Fría, iniciado con la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero, una guerra a gran escala en el corazón de Europa, y las intimidaciones del presidente ruso Vladimir Putin a cualquier país que interfiera en el conflicto o se adhiera a la Alianza.
La OTAN ha reaccionado con un despliegue sin parangón de tropas y armamento en su flanco oriental, para disuadir a Rusia de atacar a un país de la Alianza; el envío masivo de armamento al gobierno ucraniano de Volodimir Zelenski; el cierre de filas de los aliados, con Alemania anunciando un giro estratégico en su política de defensa a través de un ambicioso programa de rearme, y otros aliados también comprometiéndose a elevar su gasto militar al 2% del PIB; y la imposición de un régimen de sanciones económicas a Rusia, que a pesar de su contundencia inicial está mostrando sus límites.
Una paradoja de la crisis desencadenada por Rusia es que siendo el supuesto objetivo de Moscú alejar a la Alianza de sus fronteras y cortocircuitar una futura adhesión de Ucrania a la OTAN, por el contrario, la crisis desencadenada por Rusia estaría fortaleciendo a la Alianza Atlántica, una organización que hasta hace tan solo unos meses estaba en entredicho. No es solamente el cierre de filas de los aliados frente a Rusia, el rearme anunciado y la movilización para defender a los aliados del flanco oriental.
Es también la ruptura de la neutralidad de países como Suecia o Finlandia, que después del 24 de febrero han suspendido la actividad de los foros intergubernamentales de cooperación con Rusia en mar de Barents y en el Báltico, enviado armamento al Gobierno de Ucrania, y, lo más novedoso, se están planteando seriamente llamar a las puertas de la Alianza Atlántica. Con sus actuaciones en Ucrania, el presidente Vladimir Putin habría incitado a estos países a romper con su neutralidad tradicional durante la guerra fría, cuatro décadas en las que Estocolmo y Helsinki descartaban por principio cualquier actuación exterior que pudiese exacerbar las tensiones entre Occidente y la Unión Soviética.
La guerra de Ucrania ha acelerado el eterno debate en Finlandia y Suecia sobre la OTAN. Sanna Marin, primera ministra finlandesa, que antes del pasado 24 de febrero excluía la posibilidad de que Helsinki ingresara en la Alianza durante su mandato, anunció en marzo que Finlandia debería adoptar una decisión sobre este asunto en primavera porque “Rusia no era el vecino que nosotros pensábamos que era”. Los partidos de gobierno, su partido, el socialdemócrata, y el partido de Centro, están madurando una postura de consenso a favor de la entrada en la OTAN, con una opinión pública mayoritariamente a favor (un 68%). En un Informe sobre la cuestión que está siendo debatido en el Parlamento finlandés se prevé que una hipotética entrada en la OTAN generaría tensiones en su frontera con Rusia, aunque mantener el «statu quo» actual conllevaría también riesgos.
La iniciativa finlandesa para llamar a las puertas de la Alianza está metiendo presión al gobierno sueco de la primera ministra Magdalena Andersson, que hasta hace poco se resistía a abordar un cambio de la política de defensa sueca, la neutralidad, que Estocolmo ha seguido desde 1814. La primera ministra, que hace pocas semanas descartaba la adhesión a la OTAN porque “desestabilizaría la situación en el norte de Europa”, admite ahora la urgencia de la cuestión. De hecho, un informe de revisión de la política de defensa sueca, que estaba programado para su reparto en Riksdag sueco el 31 de mayo se distribuirá finalmente el 13 de mayo. Los social-demócratas de la primera ministra Andersson, que hasta su Congreso de noviembre pasado se oponían a la integración en la OTAN, se están replanteando la cuestión en el nuevo contexto creado por la invasión rusa de Ucrania, en sintonía con un Parlamento que apoya mayoritariamente la adhesión. Los suecos también se muestran a favor en las encuestas, si bien es una mayoría algo ajustada.
Los medios de comunicación nórdicos han publicado esta semana pasada que Finlandia y Suecia (que estuvieron durante seis siglos hasta 1809 unidas bajo la batuta de la segunda y entraron en la UE al mismo tiempo, en 1995) han decidido formular su solicitud de adhesión al mismo tiempo, probablemente a mediados de este mes. Este asunto podría estar sobre la mesa en una reunión informal de los ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN en Berlín, que se espera para el 14 – 15 de mayo, convocada para coordinar la respuesta a la guerra de Ucrania. El anuncio podría realizarse durante la visita de Estado que el presidente finlandés, Sauli Niinistö, realizará a Suecia el próximo 17 de mayo.
En ese caso se espera que la decisión sea rápida, entre otras cosas, debido a la situación vulnerable en la que se encontrarán Finlandia y Suecia durante el tiempo que pase desde la solicitud a la aceptación por parte de la Alianza y el despliegue del paraguas de seguridad del artículo 5 del Tratado de Washington que establece el principio de defensa colectiva entre los 30 aliados. Con toda probabilidad el asunto estará y puede que la decisión se adopte en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Madrid de 29-30 de junio, una cita que se programó en el otoño pasado con el fin de aprobar un nuevo concepto estratégico pero que ha ganado en relevancia con la crisis de la seguridad europea desencadenada por Moscú. Luego los 30 parlamentos de los aliados tendrían que ratificar la ampliación, un procedimiento en el que pudiera encontrarse con algún obstáculo.
En el plano operativo el ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN no debería ser especialmente problemático. A raíz de la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 y de los crecientes incidentes con aviones de combate ruso interceptados en sus espacios aéreos, los dos países nórdicos han estrechado las relaciones con la Alianza, convirtiéndose en los países más activos del Partenariado Euro-Atlántico. En la actualidad participan en las reuniones del Consejo del Atlántico Norte cuando en la agenda se trata la guerra de Ucrania. En los últimos años Finlandia y Suecia han aumentado considerablemente el gasto militar, elevado la preparación militar, intensificado su participación en ejercicios militares conjuntos con los países OTAN, redundando en la mejora de la interoperabilidad de sus ejércitos con los ejércitos aliados.
En el plano geopolítico, su entrada en la Alianza supondría para ésta doblar sus fronteras actuales con Rusia (en la actualidad 1233 kilómetros en Noruega, los 3 países bálticos y Polonia) y acentuar la percepción rusa de cerco de la OTAN a Rusia. Es previsible que eleve las tensiones de la OTAN con Rusia cuyo gobierno se ha manifestado rotundamente en contra y ha amenazado con el despliegue de armas nucleares en el Báltico (de las que en realidad ya dispone en el enclave de Kaliningrado) y el refuerzo de las defensas en el mar Báltico y en el mar de Barents. Carl Bild, primer ministro conservador de Suecia entre 1991 y 1994 y ministro de Asuntos Exteriores de 2006 a 2014, sugiere que la adhesión de los dos países podría venir acompañada de un compromiso de la OTAN para no desplegar armas nucleares o grandes bases americanas en sus territorios.
Es improbable que esas garantías suavicen la reacción rusa. Si creemos en la teoría del prestigioso politólogo John Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, que ha culpado a Occidente y a Estados Unidos de la guerra en Ucrania debido a las sucesivas ampliaciones de la OTAN hasta las fronteras con Rusia y, en particular, la invitación que cursó la Alianza a Ucrania en la Cumbre OTAN de Bucarest de 2008, siguiendo ese razonamiento, en estos momentos la Alianza estaría cometiendo un nuevo error al animar a Helsinki y Estocolmo a plantear su adhesión.
La evolución de la guerra en Ucrania, su desenlace favorable o contrario a las expectativas de Vladimir Putin (hoy por hoy la segunda parte de la guerra, en las regiones del Donbas, no está desarrollándose mucho mejor que la primera parte), probablemente influirá en la reacción del Kremlin . No obstante, con los problemas graves que el ejército ruso está encontrándose en Ucrania (ver briefing “Sorrows in Battalions” in The Economist esta semana), obstáculos que dejan en el aire una victoria rusa incluso limitada en el Donbas, el escenario de Rusia iniciando una actuación armada de envergadura en el norte de Europa para castigar a Finlandia y Suecia, parecería un desatino para los intereses rusos, ese escenario pudiera evidenciar todavía más las carencias que el ejército ruso ha mostrado en esta guerra.