Las opciones de Putin en Ucrania: victoria pírrica o acuerdo de paz.

Las guerras siempre han sido procesos catalizadores de cambio político y económico, y aquellos que las han instigado resultan frecuentemente derrotados (Napoleón, Hitler). No solo las derrotas pueden acarrear consecuencias políticas graves para el derrotado, también están las victorias pírricas en las que una batalla ocasiona una serie de costes al vencedor que exceden considerablemente los beneficios, pensemos en la victoria de Napoleón en la batalla de Borodino en 1812, que le abrió las puertas de Moscú, y, sin embargo, fue un punto de inflexión en la campaña rusa y el comienzo del fin del imperio napoleónico.

El 24 de febrero de 2022 pasará a la historia como el día que el presidente ruso Vladimir Putin, después de concentrar un ejército como no se veía en Europa desde la II Guerra Mundial, desencadenó una guerra contra su vecino eslavo, Ucrania, un país al que ya le había arrebatado Crimea y parte de los distritos de Lugansk y Donetsk en 2015.

La violencia no es ajena al presidente Putin, que gobierna la Federación Rusa desde 1999. En política interna son bien conocidos las decenas de asesinatos políticos de líderes opositores, periodistas incómodos, activistas de derechos humanos, o de ex agentes de los servicios de inteligencia, asesinatos sin resolver que apuntan al Kremlin. La represión de la disidencia ha sido y es una clave del Estado policía que ha construido Putin en Rusia.  

En el exterior, Vladimir Putin ha instigado unas cuantas guerras. En su primer año al frente de Rusia como primer ministro en 1999 logró aplastar la insurrección chechena con un uso masivo de la artillería que no dejó piedra sobre piedra en la capital Grozni. En agosto de 2008 respondió a la ofensiva de Georgia para recuperar las regiones separatistas prorrusas de Abjasia y Osetia del Sur con una contraofensiva que en cuatro días echó al ejército georgiano de esos territorios de Georgia. En 2014 se anexionó Crimea sin pegar un solo tiro y apoyó activa y furtivamente la insurrección de los prorrusos del Donbas contra las autoridades ucranianas. En Siria en 2015, Vladimir Putin lanzó una campaña militar para apoyar el esfuerzo de guerra del agonizante gobierno de Bachar el-Asad y brindó apoyo aéreo al ejército sirio. Fueron operaciones militares limitadas y en las que no se corrían riesgos excesivos. A Putin le fue bien y se creció.

La agresión rusa a Ucrania es distinta: es una guerra a gran escala, de un Estado contra otro, como no veíamos en Europa desde la invasión nazi de Polonia en septiembre de 1939. Antes del 24 de febrero los europeos pensábamos en la guerra como una pesadilla del pasado o algo propio de Oriente Medio. Más de dos décadas han pasado desde el último conflicto armado en Europa, las guerras que siguieron a la desintegración de la antigua Yugoeslavia, conflictos internos que se prolongaron desde 1991 a 1999 y concluyeron gracias a la intervención de la comunidad internacional.

Después de tres semanas de guerra inconclusa en Ucrania, el presidente Putin debe estar dándole una pensada a las posibles consecuencias políticas del conflicto. Por un lado, se trata de una guerra de elección, no de necesidad: Rusia no está defendiendo a la madre Rusia de un intento de secesión de un territorio (Guerras de Chechenia de 1995 y 1999) o de un ataque exterior (invasión nazi). Es cierto que Ucrania y Georgia cuentan, desde 2008, con una promesa de la Alianza para incorporarles a la OTAN en el futuro, hecho futuro que los rusos perciben como un quebranto grave de su seguridad. No es menos cierto que la adhesión no reunía, particularmente desde el comienzo de la guerra del Donbass en 2014, el consenso de los 30 países de la Alianza Atlántica, especialmente por la oposición de Alemania y Francia (sobre los motivos de naturaleza política que animaron a Putin a invadir Ucrania me remito a este artículo que escribí hace unas semanas).

Por otro, Putin debe estar recordando que las guerras iniciadas por sus antecesores en el Kremlin han tenido efectos graves indeseados en los regímenes políticos que gobernaban el país. Mientras él servía como agente del KGB en la RDA, la Unión Soviética se desangraba en la Guerra de Afganistán de 1980 a 1988, una guerra que aceleró el debilitamiento interno y la debacle del régimen soviético entre 1989-1991. Le vendrá a la cabeza la derrota militar de Rusia contra Japón en 1905, potencia asiática a la que los Zares miraban por encima del hombro, y la desbandada rusa en la I Guerra Mundial, que crearon una ventana de oportunidad que los bolcheviques aprovecharon para liquidar el régimen zarista. En 1989 y en 1905 los rusos perdieron una guerra contra enemigos en principio considerablemente más débiles. Dicen que los rusos soportan un gobierno autoritario, pero no un gobierno derrotado.

La guerra de Ucrania después de tres semanas. Los reveses militares de Rusia.

Después de 22 días, el saldo de la guerra de Putin son miles de muertos, civiles y militares, más de tres millones de refugiados, ciudades en ruinas por el uso de la artillería rusa contra zonas residenciales, hospitales o escuelas, que aparte de multiplicar las víctimas civiles deja cientos de miles de civiles sin agua, sin luz, sin comida, sin medicamentos, amenazando un desastre humanitario. El ejército ruso ha bombardeado la central nuclear más grande de Europa, con seis reactores nucleares, arriesgando un accidente nuclear que hubiera podido borrar el continente del mapamundi.

Rusia está violando las normas de derecho internacional y derecho internacional humanitario en Ucrania. No solamente ha quebrantado indisimuladamente el artículo 2 de la Carta de Naciones Unidas, que prohíbe a cualquier Estado recurrir a amenazas o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o independencia de otro Estado, igual que hizo en 2014 en Ucrania y en 2008 en Georgia. También está ignorando los protocolos adicionales al Convenio de Ginebra que prohíben los ataques indiscriminados contra la población civil y contra centrales nucleares. El Tribunal Internacional de Justicia ya ha abierto una investigación porque hay base razonable para pensar que se están cometiendo crímenes de guerra en Ucrania, y ha ordenado a Vladimir Putin detener su ofensiva.

Para conseguir sus objetivos en Ucrania, Vladimir Putin no ha dudado en amenazar a la OTAN o a Estados Unidos con una escalada nuclear si intervienen en el conflicto en defensa de Ucrania, una ayuda que sería perfectamente legítima en derecho internacional, tratándose de un país que se está defendiendo de una agresión.  También ha amenazado a Finlandia y Suecia si solicitan la adhesión a la OTAN y a todos aquellos que están imponiendo sanciones a Rusia.

La amenazas de Vladimir Putin desde los primeros días de la campaña no eran solo una prueba del envalentonamiento del líder ruso, también evidenciaban una cierta impaciencia y frustración con la sucesión de los acontecimientos en el terreno militar e internacional, que no salían de acuerdo con sus planes.

Después de tres semanas, el ejército ruso solo controla una ciudad mediana mientras que las grandes ciudades y la mayor parte del territorio se encuentra bajo control del ejército ucraniano. El ejército ruso ha sido incapaz de completar el cerco de las mayores ciudades del país: Kiev, Járkov, y Odessa. La ofensiva rusa ha avanzado con más brío en el sur (parece que son tropas curtidas en la guerra de Siria), donde ha conseguido conectar por tierra, a lo largo del Mar de Azov, el distrito de Donetsk con la península de Crimea. Los puertos de Mariupol y Odesa, que todavía están bajo control ucranio, se interponen en el avance ruso en el sur encaminado a privar a Ucrania de acceso al Mar Negro.

Si la ofensiva avanza con menor ímpetu del esperado, algo que ya admiten algunos mandos rusos, es porque Rusia se preparó para una operación militar especial (no una guerra), corta, incruenta, que anticipaba la caída del gobierno de Zelensky y la rendición del ejército ucraniano en pocos días. Pero el ejército ucraniano, muy motivado, bajo el liderazgo del presidente Zelensky, detuvo el avance ruso inicial. Se evidenció entones que el ejército ruso solo se había preparado para una guerra corta: se ha publicado que le faltaba comida, el combustible, y en general la logística que requiere una guerra larga. También les faltaría moral a sus tropas, en parte formadas por militares de reemplazo, a las que se les habría indicado que iban en misión de paz y serían recibidos como libertadores en Ucrania. Por último, las bajas rusas según la inteligencia norteamericana ascienden a 7.000; de ser cierto sería un absoluto fracaso, en comparación con las 15.000 bajas soviéticas en Afganistán en ocho años de guerra.

Un error de cálculo mayúsculo de los mandos rusos y especialmente de Vladimir Putin, que confió en la información optimista de los servicios de inteligencia y en los asesores militares, siempre dispuestos a dar buenas noticias al Zar Putin. Una vez constatado el fracaso inicial, Vladimir Putin, que conoce bien el coste político de las derrotas en la historia de Rusia, redobló la apuesta, se la juega a doble o nada, y recurre a la joya de la corona del ejército ruso: la artillería. Se suceden los ataques indiscriminados a barrios residenciales y todo tipo de infraestructuras civiles, para amedrentar y sofocar la resistencia, y hacer claudicar al gobierno de Zelensky. Es la doctrina Grozni. No obstante, después de decenas de ataques mortíferos a objetivos civiles que han dejado cientos de muertos los ucranianos siguen sin rendirse, y cada día que pasa sube la moral para montar contraofensivas y emboscadas que causan muchas bajas y desolación en el ejército ruso.

Incluso si los rusos entraran en Kiev y derrotaran al ejército ucraniano, que no es descartable pero tampoco seguro, no necesariamente Rusia habrá ganado la guerra. En ese caso, Rusia necesitaría unas fuerzas de ocupación numerosas para controlar, sea directamente o a través de un gobierno títere, una población que no consentirá la dominación rusa, que se organizará con ayuda occidental para echar a los rusos. Harían faltan muchos más soldados de los actualmente desplegados en la zona y muchos rublos para mantener esas fuerzas de ocupación en un país más grande que Francia, con 44 millones de habitantes.

En definitiva, la ofensiva rusa se encuentra estancada desde hace días, con la única actividad de los misiles y de la artillería cayendo sobre las ciudades ucranias. Al prolongarse la guerra, volverse brutal, Vladimir Putin no solo no ha logrado rendir al gobierno de Zelensky. Ha malogrado su objetivo político de impedir un alejamiento de Ucrania, de negar la existencia de Ucrania como nación. Con el enorme sufrimiento que los misiles rusos están causando a millones de ucranianos, que los padres contarán a sus hijos y a sus nietos, Vladimir Putin está forjando una identidad nacional ucrania basada en el odio, resentimiento y oposición a todo lo ruso.   

La guerra de Putin, un revulsivo para la Alianza Atlántica.

Más allá de Ucrania, las cosas tampoco van bien para Vladimir Putin. El presidente ruso quería alejar a la OTAN de las fronteras rusas. Lejos de eso, la OTAN está aumentando su despliegue en los países fronterizos con Rusia, mediante la movilización, por primera vez en su historia, de su fuerza de reacción rápida de 40.000 hombres de los ejércitos de tierra, mar y aire.

La invasión rusa de Ucrania no solo ha resucitado a la OTAN, que deambulaba sin rumbo fijo en los últimos años, es que está fortaleciéndola. El presidente Putin, que está lanzando misiles rusos a 20 kilómetros de Polonia, ha despertado a los europeos que vivían en un mundo feliz, en el que las guerras eran cosa del pasado o de Oriente Medio, urgiéndoles a dedicar más recursos a la defensa en los próximos años. Es una petición tradicional de Estados Unidos para que los aliados contribuyeran más a la defensa colectiva que, hasta ahora, había caído en saco roto.

El caso más flagrante es el anunciado rearme de Alemania. Habiendo mantenido durante décadas una postura casi pacifista para expiar sus pecados por su papel en la II Guerra Mundial, ha anunciado un rearme. El pasado 27 de febrero, tres días después del ataque ruso, el canciller Olaf Scholz, que conduce a Alemania al frente de una coalición de socialdemócratas, liberales y verdes desde hace unos meses, anunció que Alemania excederá el 2% de su PIB en gasto militar para modernizar sus fuerzas armadas. El resto de los aliados han realizado promesas similares, incluyendo España.

Rusia ya no podrá contar con una Alemania que, bajo el liderazgo de Angela Merkel, ha jugado un papel de mediador entre Europa y Rusia,  que mantenían relaciones cada vez más tensas desde que la UE impuso sanciones a Rusia a raíz de la anexión de Ucrania. Aparte del anunciado rearme, en unos días el gobierno alemán abandonó su postura inicial prohibiendo a sus socios utilizar territorio alemán para transportar armamento a Ucrania, y comenzó a enviar misiles antitanques a Kiev. También suspendió la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2 (el proyecto del excanciller Schroeder, amigo personal de Putin). Con estas medidas el gobierno alemán pone fin a su política tradicional de crear una dependencia mutua con Rusia, paz a cambio de más comercio e importación de gas ruso, una política que se remonta a la “ostpolitik”, la apertura del canciller Willy Brandt en 1969 a la Europa del Este. 

Occidente unido

Vladimir Putin, siguiendo su estrategia de desestabilización de las democracias occidentales, pensaba que su guerra en Ucrania dividiría a Occidente y, por tanto, aceleraría su declive. De momento está ocurriendo justamente lo contrario. La UE, Estados Unidos, los gobiernos occidentales han comprendido la gravedad del momento, en parte por la proximidad del conflicto, el tratarse de una guerra a gran escala, y la presión de la calle en contra del agresor: las opiniones públicas occidentales se han decantado a favor de Ucrania y en contra de Rusia, al que ven como muy beligerante, también en razón de la desproporción de fuerzas entre los contendientes que evoca la lucha entre David y Goliat y la brutalidad de los ataques rusos contra civiles.  

La UE, Estados Unidos, Reino Unido y la OTAN, junto con sus aliados occidentales (Australia, Nueva Zelanda) y asiáticos (Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur) han reaccionado con contundencia a la agresión rusa, con una avalancha de sanciones sin precedentes a la economía y oligarquía rusa, pero al mismo tiempo descartando la intervención militar en Ucrania con el fin de evitar una extensión y una escalada del conflicto. Rusia ha sido aislada en la Organización de Naciones Unidas, en la que actualmente preside el Consejo de Seguridad, y expulsada del Consejo de Europa. La Unión Europea, el proyecto de unión de los pueblos de Europa que desde hace 70 años proyecta prosperidad, estabilidad y paz en el continente, enfrenta con una determinación novedosa el desafío externo más grave de toda su historia. Por primera vez en la historia sufraga con presupuesto comunitario el suministro de armas a un país en conflicto.

El tiempo corre en contra de Vladimir Putin. La guerra económica.

Cada día que pasa evidencia las dificultades del ejército ruso, su estancamiento, y eleva la moral del ejército, gobierno y pueblo ucranio. Al mismo tiempo, las sanciones económicas, medidas de presión económica que se utilizan como alternativa al uso de la fuerza, empiezan a desplegar todos sus efectos en la economía y oligarquía rusa (1): el rublo ha perdido más del 40% de su valor y el Banco Central no puede acceder a dos terceras partes de sus reservas en moneda extranjera para amortiguar los efectos de las sanciones. Algunos expertos sugieren un shock sistémico similar al registrado con la caída de la URSS, un descenso del PIB anual ruso alrededor del 15%, y se anticipa que Rusia podría muy pronto suspender el pago de su deuda pública.

Los precios se están disparando, llegará un momento en que las estanterías de los supermercados se queden sin existencias, el efectivo sea insuficiente para hacer la cesta de la compra, y falten piezas para reponer piezas estropeadas en toda clase de maquinaria fabricada en el extranjero. Se extenderá el descontento social, en los últimos años palpable entre una clase media que simpatizaba con Aleksei Navalny, líder opositor y anticorrupción ruso que el régimen intentó liquidar mediante envenenamiento (las sanciones económicas afectarán muy negativamente a las clases medias y a la burguesía que tiene negocios conectados con Occidente, Vladimir Putin no se apenará por ellos).

El descontento social y la represión interna.

Periodistas y analistas se preguntan si se extenderá el descontento social, y en ese caso, si el pueblo ruso culpará al gobierno de Putin o a Occidente. No es fácil contestar a esta pregunta, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de la prensa extranjera o rusa disidente ha abandonado Rusia.

Vladimir Putin lleva años construyendo un Estado policía en el que el aparato de seguridad, dirigido por ex agentes del KGB compañeros de los años 1980 o de su etapa en San Petersburgo, ha sustituido al PCUS como clase superpuesta que controla el proceso decisorio en gobierno, ministerios, empresas públicas de la energía, y bancos. Son los famosos oligarcas que deben todo su poder a Putin. La propaganda y la represión se han consolidado como instrumentos de control social, en particular, en la última década en la que el crecimiento económico ha sido insuficiente para hacer de Rusia un país más próspero.  

En el último año Vladimir Putin había intensificado la represión de la sociedad civil y de la oposición política, disolviendo en diciembre pasado “Memorial”, la asociación de defensa de los derechos humanos más importante de Rusia. A finales de octubre de 2021, según una encuesta de Levada Center, el 58% de los rusos no tenía ninguna confianza en el estado de derecho en Rusia.

Desde el inicio de la guerra de Ucrania el régimen ha recrudecido la represión de los disidentes y opositores a la guerra. Casi tres semanas después del inicio de las hostilidades el gobierno ruso sigue negando que haya emprendido una guerra en Ucrania, para la cual no preparó a su población o incluso a las élites, los medios de comunicación siguen hablando de una operación especial militar en el Donbas.  La Duma ha aprobado una ley que prevé sentencias de hasta quince años en prisión para quién difunda noticias que se aparten de la versión oficial, forzando el cierre de las pocas emisoras independientes que todavía quedaban en el país y provocando una estampada de periodistas de Rusia. El aparato de seguridad también ha reafirmado el control de las redes sociales.

De momento, una mayoría social apoya a Putin, bien porque le cuesta creer las salvajadas que está cometiendo Putin contra un pueblo eslavo hermano, porque, temiendo la represión, prefiere creer en la propaganda gubernamental como estrategia de supervivencia.  El corresponsal del New York Times, desde Ankara, sugiere una brecha creciente entre los más jóvenes, que consumen noticias de Internet y saben que el gobierno ruso les está mintiendo, y los más mayores que se informan casi exclusivamente a través de los medios de comunicación tradicionales (TV y Radio) controlados por el Gobierno. Miles de rusos han salido a la calle para protestar por la guerra en Ucrania y las fuerzas del orden se han empleado a fondo deteniendo a miles de manifestantes.

Es probable que salgan muchos más en las próximas semanas a medida que los rusos noten los efectos de las sanciones en su vida cotidiana (racionamiento, fin del efectivo, subida meteórica de los precios de las pocos alimentos que llegan a los supermercados) y por otra parte vaya trascendiendo la brutalidad de los ataques rusos en Ucrania junto con las bajas en el ejército ruso que son cuantiosas.

La postura de China.

Otra variable clave es el principal socio de Rusia, China. El gobierno chino intenta mantener un difícil equilibrio, equidistancia, entre Occidente y Rusia, si bienla prensa oficial reproduce todo el argumentario ruso. El gobierno chino no ha atendido las peticiones de Ucrania de convertirse en mediador.  

A la hora de anticipar qué hará China, debemos ponderar los siguientes hitos. Rusia es para China un socio estratégico y político de primer orden. A diferencia de sus predecesores, que se adherían a los principios de coexistencia pacífica que han informado la política exterior china tradicionalmente, Xi Jinping impulsa una política más belicosa y, en un entorno internacional volátil e inestable y de pugna global con los EE.UU, pondera la importancia de tener sus espaldas bien cubiertas, su frontera norte con Rusia, especialmente de cara a emprender alguna acción militar en Taiwán o el Mar de China.

Los líderes chino y ruso encabezan dos autocracias que cuestionan el orden internacional al que ambos perciben como un instrumento que promueve valores occidentales como la democracia liberal; ambos temen las revoluciones de colores, instigadas según ellos por Occidente (Hong Kong y Euromaidan en Ucrania).  Xi Jinping no querrá que las sanciones económicas occidentales rindan a Rusia; al fin y al cabo, las sanciones son un instrumento de ese orden internacional liberal, que China también ha sufrido a causa de la violación de derechos humanos en Xinjiang. Moscú necesita oxígeno económico y financiero, y muy probablemente Xi Jinping estará ahí para echarle un cable, actuando como intermediario en las relaciones comerciales de Rusia con el mundo.

¿Hasta dónde llegará China en su ayuda a Rusia? En marzo pasado, en la sesión anual de la Asamblea Popular, el Gobierno chino presentó sus planes y su objetivo de crecimiento económico para este año, un 5,5%. Xi Jinping querrá alcanzar esa senda de crecimiento y llegar con los deberes hechos, en un entorno estable, al XX Congreso del Partido Comunista Chino que se celebra a final de año, con el fin de lograr su gran objetivo político: un tercer mandato. Para alcanzar los objetivos económicos Xi necesitará, como mínimo, no deteriorar más las relaciones con sus principales socios comerciales, Europa y Estados Unidos que representan juntos casi el 30% del comercio de China (frente al 2,5% de Rusia), y desligar a China del daño económico que sufrirá Rusia en las próximas semanas y meses, especialmente a las multinacionales chinas que pudieran ser objeto de sanciones secundarias por asistir a Rusia a esquivar el régimen sancionador (sobre las limitaciones del partenariado sino-ruso en el conflicto ucranio me remito a un artículo que escribí hace unas semanas) . 

Conclusión

Invadiendo Ucrania, una guerra de elección, Vladimir Putin se ha metido solo en un callejón sin salida.  La Guerra de Ucrania se ha vuelto contra Vladimir Putin. Al igual que sus predecesores en el Kremlin, Putin subestimó la resistencia de un enemigo técnicamente inferior al ejército ruso (los japoneses en 1905, los afganos en 1980, los chechenos en 1995 y ahora los ucranianos). Debe dolerle especialmente que sean los servicios de inteligencia y los asesores militares, todos ellos del aparato de seguridad, de la nueva “nobilitas” rusa, quién le hayan inducido, con información deficiente, a este error de cálculo tan grave. También le faltó al presidente ruso olfato para anticipar la respuesta contundente de la Unión Europea, Estados Unidos, y la OTAN a su intervención en Ucrania, una respuesta occidental que amenaza con arruinar la economía rusa.

En estos momentos Vladimir Putin debe estar ponderando qué camino tomar, la escalada del conflicto o la negociación de la paz. Es probable que decida pronto o que ya haya decidido, el tiempo corre en su contra, por lo que es muy improbable que congele el conflicto como en el Transnistria o en el Donbas en 2015. Si juzga que su supervivencia al frente de Rusia exige una victoria rotunda sobre el ejército ucraniano, emprenderá una escalada del conflicto e intensificará la violencia mediante el uso masivo de la artillería y de la fuerza aérea contra objetivos civiles o incluso el uso de armas de destrucción masiva (químicas o biológicas). Sería una decisión muy mala, cortoplacista.

Si escalase y ganase, la rendición del ejército ucraniano sería una victoria pírrica para Vladimir Putin porque los costes claramente excederían los beneficios. Basta acordarse de Afganistán, en el desgaste que una insurgencia ucraniana podría causar al ejército ruso de ocupación y al Estado ruso, incrementando las cuantiosas bajas y el coste reputacional que  ya han sufrido las Fuerzas Armadas rusas al haberse mostrado parcialmente ineficientes en el campo de batalla.

Las sanciones económicas seguirían asfixiando a la economía rusa y provocarían una suspensión de pagos de la deuda, similar a la de 1998, con la economía rusa debilitada después de la primera guerra de Chechenia. Salvo sorpresas, parece que la ayuda que Rusia puede esperar de China será limitada, insuficiente para prevenir el desastre de la economía.

También pensará que las tres semanas de guerra han fortalecido al nacionalismo ucraniano, y a sus principales apoyos en Occidente, la UE, la OTAN y EE. UU, que han mostrado una determinación y unidad de acción sin precedentes.

En definitiva, si Vladimir Putin conserva la mente clara para anticipar estos riesgos, llegará a la conclusión que una victoria pírrica y el desgaste militar y económico podría abrir una ventana de oportunidad para la organización de la oposición política y la desestabilización del régimen, amenazando su supervivencia política.  

Vladimir Putin podría encontrar consuelo y una salida al laberinto en el deambula en una victoria aparente, que le permitiese defender que ha logrado sus objetivos políticos y justificar así el fin de las hostilidades. Las palabras recientes del presidente Zelensky, anunciando que Ucrania no podrá ingresar en la Alianza Atlántica, podrían apuntar un arreglo en esta dirección. Los negociadores trasladan optimismo, hablan de un acuerdo que descansaría en un estatus de neutralidad para Ucrania, similar al de Suecia o Austria, ambos países miembros de la Unión Europea, con garantías de seguridad otorgadas por los aliados.

Sin embargo, a Vladimir Putin no le vale cualquier acuerdo, difícilmente conservará su credibilidad delante de los suyos si pliega velas y dice que la neutralidad ucraniana bien vale los miles de soldados caídos en Ucrania y el desastre económico. Además, sus objetivos políticos declarados eran más ambiciosos, incluyendo el reconocimiento ucraniano de la anexión de Crimea y de la independencia de los distritos de Lugansk y Donetsk.Las cuestiones pendientes son muchas más y no está del todo claro que las partes hayan acercado posturas en todas ellas: la desmilitarización o no de Ucrania, qué garantías de seguridad se darían a Ucrania y quién las otorgaría ¿la UE? ¿la OTAN?, ¿se retiraría Rusia de todo el territorio conquistado en Ucrania?

Algunas fuentes ucranias próximas a las conversaciones de paz sospechan que las negociaciones podrían tratarse de una treta de Putin para ganar tiempo, reagrupar sus fuerzas y lanzar un ataque final sobre Kiev. De hecho, sí ha trascendido que Rusia está desplazando fuerzas convencionales de todo el país al frente para compensar las pérdidas y vencer la resistencia.

En cualquier caso, no es el momento de aflojar la presión sobre Rusia, Vladimir Putin ha cometido errores catastróficos de cálculo y se encuentra en una posición de debilidad. Occidente le ha arrebatado la iniciativa, si reduce la presión ahora, le dará un balón de oxígeno para recomponerse y prepararse mejor para provocar una nueva crisis, amenazando a Moldavia, Georgia o incluso ocupando el corredor de Suwalki entre Bielorrusia y Kaliningrado, separando a Polonia de Lituania, dificultando así la defensa de los países bálticos a los que la OTAN no podría ayudar por tierra. También se deberá tener en cuenta que a medida que vaya pasando el tiempo y las sociedades occidentales noten en sus bolsillos los efectos de las sanciones, será más difícil mantener la unidad de acción de Occidente.

Estados Unidos y Europa cometerían un grave error si aprovechan la situación de descontento social creciente en Rusia para buscar un cambio de régimen, una política que probablemente encontraría la oposición activa de China.  Vladimir Putin y su guerra en Ucrania son el mejor acicate para sublevar a los rusos.

@lamiradaaoriente @joseluismase

(1) Es cierto que no hay garantía de éxito de las sanciones económicas. En el pasado reciente, las sanciones ahogaron la economía iraní en 2012, amenazando la supervivencia del régimen de los Ayatolás en Irán y forzando a los duros del régimen a aceptar limitaciones a su programa nuclear a cambio del levantamiento de las sanciones internacionales. Por el contrario, después de casi seis décadas no han conseguido un cambio de régimen en Cuba.

Por La mirada a Oriente

Me interesa entender qué ocurre fuera de nuestras fronteras, analizar por qué ocurre y proyectar escenarios sobre qué puede pasar. Mi formación es multidisciplinar. Tengo un Grado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la Universidad de Londres - London School of Economics and Political Science. También soy licenciado en Derecho y Master en Estudios Europeos por el Colegio de Europa. Desde 2008 pertenezco al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado y trabajo para la Administración General del Estado. Anteriormente trabajé más de ocho años en la OSCE, la Asamblea de la OTAN y varias misiones de Naciones Unidas, principalmente en los Balcanes y alguna en África.

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